-El tiempo pasa rápido. – Tom se quedó callado de buenas a primeras y su rostro se ensombreció. Se apartó de la pared, dejando una huella inconfundible de humedad y barro y se acercó a mí, cara a cara. Me acorraló con la mirada y yo tragué saliva, inmóvil. Mi cuerpo se aceleró. Mi mente y mi corazón adivinaron que algo estaba a punto de ocurrir y lo desearon con toda su fuerza.
-¿Sabes una cosa? – yo negué con la cabeza, con rostro estúpido y mirada fija en sus ojos iguales a los míos, más afilados y enigmáticos que de costumbre. – Nunca he acompañado a ninguna chica a su casa… como lo he hecho contigo. – hablaba en serio. Parecía sincero y me entraron ganas de alzar los brazos y rodear su cuello con ellos, para sellar lo que ¿para qué engañarnos? Habíamos esperado toda la noche.
-Pero tú… vives aquí también. – asintió despacio y se inclinó sobre mí.
-Eso no cambia nada. – murmuró, muy cerca de mi boca seca, cárcel de palabras indescriptibles representantes de sentimientos presos deseando salir, pero tan pecaminosos que no se reprimían a sí mismos, procurando no causar estragos en el mundo exterior.
Aún así, unas pocas palabras escaparon de entre los barrotes de lo justo y perjuicioso.
-Eso lo cambia todo.
No. Leí el brillo de sus ojos, tentación y lujuria en estado etéreo y supe que para él, no cambiaba nada. Por lo que nada le impidió cerrar los dedos humedecidos en torno a mis brazos, al húmero que se deshacía jactándose de la fuerza de sus músculos. No me dejó moverme, manteniéndome en posición de firme y me hizo añicos contra la pared de granito. Abrió lo que en un primer momento me habían parecido las fauces de un demonio y ahora me sorprendían con la humanidad de una boca humana sedienta de saliva aún más mortal. No unimos los labios. Besamos nuestras lenguas con más de ese placer pecaminoso que nos tenía atados a un destino que todavía no había sido dibujado en el firmamento.
No estábamos en un mundo ideal para nosotros, estábamos en un mundo edificado por otros y gobernados por otros muchos, por lo que debía suponer que lo que fuera a dibujarse, lo que fuera a plasmarse como destino, no sería algo seguro para nosotros, no lo sería para mí. Porque no había un nosotros.
Me dejé llevar por lo que la Biblia y todos sus creyentes considerarían pecado, por lo que el pensamiento humano consideraba extraño y por lo que la naturaleza consideraba antítesis de los sentidos y abrí las puertas de mi alma y de mi cuerpo a un ser de mi propia sangre y sexo. Nos tocamos con intenciones de todo lo lujurioso y todo lo inaceptable. ♥
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